Franklin Pezzuti Dyer

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Señor Palomar

Can't read Spanish? Here is an English translation of this post.

Señor Palomar es un libro de cuentos cortos escrito por Italo Calvino. Consisten en las observaciones del curioso protagonista señor Palomar, cuya tendencia a sobreanalizar lo mundano resulta a veces en realizaciones profundas y otras veces en tonterías cómicas. Lo que a mí me gusta tanto de este libro es su capacidad de destacar lo sublime de acontecimientos y objectos cotidianos. En esta entrada, yo he tratado de escribir unos cuentitos en el estilo de Calvino de manera que demuestre los resultados mi propia tendencia de sobreanalizar. Si decido escribo otros cuentos tales en el futuro, los añadiré a esta entrada. ¡Espero que le gusten!

Los gusanos

Acaba de llover: los nubarrones mayores ya se han esfumado y el sol despiadado vaporiza los charquitos en el concreto, que produce un bochorno húmedo y sofocante. Al lado y arriba del camino, gotas de sobre se caen de hojas salientes y rocian la chaqueta del señor Palomar. Aunque el ambiente pantanoso le impide el pleno goce de su paseo, siempre le gusta oler el perfume de las plantas después de un chaparrón.

Algún movimiento sútil e incesante atrae su mirada hacia abajo. Señor Palomar deja de caminar inmediatamente al percibir el espectáculo horroroso ante él: sobre el concreto seco se retorcen docenas de gusanos esparcidos. Supuestamente, la llueve los había tentado a escapar de la tierra, pero ahora se encuentran atrapados en un desierto pavimentado. Algunos ya tienen la piel ennegrecida, marchita y crujiente. El bicho justo delante de su pie se estira una extremidad morada hacia arriba deseperadamente como para pedir ayuda, y señor Palomar se siente inundado por congoja repentina.

Empieza a doblarse para rescatarlo y devolverlo a la maleza húmeda, pero se detiene. ¿Qué realmente cumpliría salvar este gusano? se pregunta. Probablemente hay más de cien gusanos que actualmente padecen una muerte larga y dolorosa a lo largo del mismo camino. Socorrer un solo gusano no valdría para nada a menos que sea dispuesto a andar ayudándoles a todos. Aún así sufrirían miles más encima de otras aceras por la ciudad sin esperanza de salvación.

De hecho, se da cuenta, hubiera sido una abyección recoger esta lombriz y tirarla en la sombra. Este acto le hubiera permitido creerse justo y benevolente a pesar de no haber hecho nada de significancia. No se puede comprar la tranquilidad de espíritu tan fácilmente, se afirma el señor Palomar.

A pesar de su orgullo en haber reconocido y evitado este error, teme que el hecho de que se había sentido tan obligado a cometerlo podría ser síntoma de un grave defecto moral subyacente. No siendo completamente ignorante, señor Palomar sabe que a millones de personas les hace falta comida, o agua potable, o cobijo seguro. Pero, por alguna razon, este conocimiento nunca ha logrado inspirar tanta compasión en él que aquel gusano, más bien una máquina biológica que un ser consciente y digno de su simpatía. Tal vez su “simpatía” no brota de querer mejorar los males del mundo, sino esconderlos de si mismo para no tener que confrontarlos - nada más que mero egoísmo velado.

¡Qué bueno haber extirpato este autoengaño insidioso! El señor Palomar se jura que, al llegar a casa, hará una indagación sobre las caridades más eficaces y contribuirá una suma de dinero propio. Así podrá alegrarse habiendo cumplido algun bien auténtico. Se da prisa en volver a casa, y en su apuro, no se da cuenta de que ha aplastado el pobre gusano bajo su bota de goma.

En el comedor

Mientras camina a lo largo del bufé, el señor Palomar tiene que juntar toda su fuerza de voluntad para resistir las diversas tentaciones ante él. Los otros clientes tienen los platos llenos de manjares amontonados: muslo de pollo frito, papas rizadas, lasaña rezumada de queso fundido. Para luchar contra la envidia, señor Palomar adopta una actitud de desdén hacia los otros, recordándose de que cada tajada de pizza probablemente acortará sus vidas un año más tempano. Al fín, sale triunfando con una gran ensalada, acompañada por un trocito de pastel como premio por su propio autocontrol.

Sabiendo que la gula no es bueno para el salud, ha divisado varias técnicas para optimizar el goce de la comida sencilla. Por ejemplo, nunca come lo predilecto a principios. Si comía el pastel antes de la ensalada, el placer sería contaminado por anticipación de las hojas amargas, cuya amargura seguramente se multiplicaría por contraste con la dulzura anterior. Por otro lado, tragar lo aborrecido primero y paladear el postre después le dejaría un buen sabor en la boca al fín de la cena. Sí, esto sería mucho mejor.

Así que, el señor Palomar engulle la ensalada mordiendo rápidamente, y pronto tiene la ensaladera vacía y un sentido de gran alivio. Hunde su cuchara gozosamente en el pastel blando. Saca un bocadito y lo deja arriba de su lengua el mayor tiempo possible - otra de sus estrategias para aprovechar la comida. Teoréticamente podría sacar todo el sabor esperando así hasta su desintegración total, pero por alguna razón nunca puede resistir las ganas de tragar premaduramente.

En la mesa a su lado, se sienta un hombre con su propia rebanada hermosa del mismo pastel. Consume una cucharadita y abre un libro grueso a leer. Señor Palomar le echa una mirada preocupada. Si termino con el mío antes de él, reflexiona, seguramente estaré envidioso del suyo cuando salga yo con el plato vacío. Mejor sería esperar hasta que él haya acabado para no terminar el postre con un bocado de celos.

Entonces saca su propio libro y lee sin concentración, ojeando el hombre frecuentemente para controlar su progreso. Pero después de algunos minutos el tipo no ha comido ni una cucharadita más. Más tarde, por casualidad, los dos comensales pausados se miran el uno al otro en el mismo instante, y el fulano le sonríe al señor Palomar secamente antes de volver a su libro aún sin tocar la cuchara. La fuerza de voluntad del señor Palomar se agota paulatinamente. Se levanta a conseguir un vaso de agua para combatir la tentación.

Al regresar, deja el vaso torpemente encima de la mesa, lo volca en pánico, y derrama el agua sobre su libro y el pastel. Mira boquiabierto a la tinta que se destiñe en las páginas translúcidos del libro empapado, y luego desesperado al pastel desplomado rodeado de pegotes asquerosos de crema en agua. El otro hombre, con el pastel todavía intacto, observa la tragedia atentamente, cierra su libro, y sigue comiendo.


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